Ayer, en una sala de espera en Bogotá, me calé diez minutos de un diálogo nefasto y unas actuaciones horrorosas en una telenovela. Me costaba creerlo. De inmediato recordé cuánto podía ganar un actor hace quince años en RCTV o Venevision (muchos solían ser modelos), y cuánto le pagaban a un periodista.
Recordé también que a las reporteras y anclas de sus noticieros (también a algunos de sus compañeros) les exigían estar delgadas para poder hacer su trabajo frente a las cámaras. Mucho maquillaje. Mucho hedonismo. El melodrama como entretenimiento suficiente. La superficialidad haciendo esgrima.
Sé que puede parecer una mera consideración estética frente al abismo por el cual cae Venezuela en la actualidad. Yo no lo veo así y me gusta pensar en lo que vendrá.
Ojalá que si el chavismo sale del poder para que vuelvan los que no iban a volver, la pendejada de los modelos millonarios y engominados que repiten a gritos las líneas de unos libretos planos, miserables y absurdos quede en el pasado.
Ojalá que ese “liderazgo renovado” no piense que una acción urgente es devolver a los departamentos de dramáticos de las televisoras todo el peso que antes tuvieron, para recrear un nuevo esperpento de pestañas postizas con la excusa vulgar de que eso es lo que le gusta a la gente.
Ojalá que un periodista no tenga que soñar con ser reportero porque así —delgado y bien vestido— podrá algún día dejar de ir a la calle y llegar a ser ancla y después mejorar sus ingresos cuando el dueño de una lotería le pague veinte veces su salario por prestarle su voz, su rostro y su sonrisa durante cinco minutos. Aunque nunca obtendrá lo mismo que un animador o un protagonista de telenovela, esos ejemplos de ciudadanos virtuosos. Que lo digan Winston y Perpetuo. Que lo digan Norkys y Roque.
Leo Felipe Campos
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